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“CANCION DE LA ALEGRIA”

  • Mauricio Buitrago Moré
  • 8 dic 2015
  • 3 Min. de lectura

“Escucha hermano la canción de la alegría el canto alegre del que espera un nuevo día. Ven canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos.”




Desde que el mundo existe reina en él la violencia y el odio entre los hombres e incluso entre los animales, pero igualmente la humanidad anhela la paz. Desde Caín, primer asesino de la historia, no han cesado las disputas, las peleas entre los seres humanos tanto a nivel personal como colectivo. Las ciudades y naciones, incluso las más civilizadas, emprendieron guerras interminables entre sí, teniendo como ejemplos a Atenas y Esparta, a los egipcios con los israelitas y a éstos con los árabes, a los romanos con los pueblos aledaños, etc.


En américa existieron las conquistas que arrasaron nuestros suelos despojando a los nativos de sus tierras, acabando con sus culturas y llevándose sus riquezas que, como el oro, fueron a parar a las arcas de los reyes autoritarios de esos tiempos dejando por muchos años a los aborígenes en la pobreza y bajo el dominio absoluto de los conquistadores.


Y qué decir de los africanos que soportaron la esclavitud durante siglos y aún siguen siendo víctimas de un mal tratamiento. Los del medio y lejano oriente han persistido en muchos siglos de combates a sangre y fuego que vienen siendo alimentados por la intolerancia. Tal sería la antipatía entre los pueblos de la era romana que las palabras extranjeros y enemigos se traducían al latín de igual forma: “hostis.”


Es lógico que fieras poderosas como los leones, las boas y muchas otras especies sigan siendo violentas y ataquen constantemente a los animales pequeños e indefensos, pero que el ser humano siga siendo intimidante, bravucón, provocador, que acuda a la guerra para satisfacer su ego o para justificar barbaridades, obtener dinero o el poder, resulta inapropiado en nuestra época. Las discrepancias no deben resolverse con las armas, induciendo con ello a obtener una situación absurda de multitudes padeciendo de pobreza cada vez más aguda y absoluta, de desempleo, de hambre, de inseguridad, sin esperanzas, como sucede en muchos países del mundo.


A lo anterior tenemos que agregar las numerosas disputas de barrio que degeneran a diario en asesinatos. Las discusiones familiares que terminan en odios permanentes, disolución del hogar y hasta la muerte de padres, madres, hijos o hermanos causada por alguien del mismo hogar. Las pandillas criminales de los barrios, los drogadictos, los rateros, las violaciones y muerte mujeres y niños y muchas desgracias más que nos mantienen en una desesperación que no parece tener fin y nos conducen a una inevitable hecatombe mundial.



Por qué no le damos aplicación a la letra de la música de Beethoven. Por qué no aprendemos a vivir tranquilos. ¿Qué nos cuesta saludar con una sonrisa dando los buenos días a quienes encontramos en nuestro camino, cederle el paso a una señora o a un anciano, esperar con algo de paciencia que cambie el semáforo en vez de congestionar el tránsito vehicular y de recordarle a otro su progenitora?


La población del mundo crece y cada día nos complicamos más. Pensemos en un mejor futuro para nuestros hijos y nietos. Gocemos de la vida y no amarguemos nuestro presente. El amor, la tolerancia, la honestidad, la comprensión, la amistad, la bondad, la religión, la sonrisa en vez de amenazas, compartir, ayudar y todo el repertorio de las cosas buenas que nos llenarán de orgullo, comprenderán en conjunto el remedio para borrar definitivamente las palabras guerra y odio de nuestros diccionarios y poder cantar a pleno pulmón y llenos de felicidad LA CANCION DE LA ALEGRIA.


Empecemos ya!


 
 
 

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